
Bajo el lema El Partido Revolucionario a Cuba, el Manifiesto de Montecristi anunciaba al mundo el programa de la lucha que comenzaba, y exponían las razones y causas de la guerra necesaria por la independencia de la Isla.
Este 25 de marzo se cumplen 117 años de la firma del documento por José Martí en su condición de Delegado del Partido Revolucionario Cubano, y Máximo Gómez, como General en Jefe del Ejército Libertador.
El escrito se reconocería en lo adelante con el nombre del lugar donde fue firmado: San Fernando de Montecristi, pequeña ciudad ubicada en la región noroeste de República Dominicana.
Hasta el momento de suscribirse el célebre manifiesto, la localidad era más bien conocida por el reloj público ubicado en lo alto de la antigua plaza de armas, y por las fiestas tradicionales que sus pobladores celebraban.
Posterior a la firma del valioso manuscrito, avalado con las rúbricas de José Martí y del General Máximo Gómez, cobró especial trascendencia el nombre de aquel lugar, donde se dejó constancia de la táctica y estrategia que debía seguir la lucha por la independencia de Cuba.
Tras varios años de algunos intentos fallidos como la Guerra Chiquita de 1879-80, no resultó fácil llegar a tan feliz acontecimiento. Fue necesario recorrer largo camino, no exento de divergencias, contradicciones y discrepancias.
Es justo destacar, en homenaje a los dos héroes que lo firmaron, algunas reflexiones indispensables para reconocer la extraordinaria labor política acometida por el cubano más universal, con el objetivo de conseguir el apoyo del adalid de la carga al machete en los campos cubanos.
De igual manera es bueno reconocer la receptividad del internacionalista dominicano, quien permitió surgiera y se desarrollara la entrañable amistad entre ambos, basada en el respeto y principios revolucionarios.
Cuatro años después le envía otra carta, tras expresar su estudio acerca de la situación en Cuba, y reclamó del General su apoyo para preparar la nueva contienda.
Desde Honduras, Gómez le responde y manifestó compartir sus opiniones, y al ofrecerle su apoyo dijo estar dispuesto a ocupar el lugar que le asignara la Revolución, siempre que fuera bien organizada.
En 1884 llegaron a Nueva York los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo en actividades conspirativas, y el Héroe Nacional acudió al lugar donde se hospedaban, pero lamentablemente, aunque los tres deseaban la independencia de Cuba, no se pusieron de acuerdo.
Tras el profundo estudio de las causas que hicieron fracasar la Guerra de los 10 años, (1868-78), el apóstol caído en Dos Ríos se preocupó porque la nueva obra no se malograra con la jefatura militar que ignorara las opiniones e intereses de todos quienes participaban en aquel movimiento.
Bajo la certera dirección de José Martí, el 10 de abril de 1892 se fundó en Nueva York el Partido Revolucionario Cubano, con el fin de lograr la independencia de Cuba y contribuir a la de Puerto Rico.
Fue en septiembre de ese año cuando el autor de la Edad de Oro viajó a Santo Domingo y se produjo su segundo encuentro con Gómez para coordinar los preparativos de la lucha, momento en que le ofreció el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador y este dio su consentimiento.
El 29 de enero de 1895, el fundador del periódico Patria redactó la orden de alzamiento y al día siguiente se trasladó a Santo Domingo para, después de otros contactos, reunirse por quinta ocasión con Máximo Gómez.
Luego del análisis riguroso, el 25 de marzo los dos héroes firmaron el Manifiesto de Montecristi, plan programático elaborado para la guerra necesaria, aunque ya anunciaba algunas ideas de la República que se fundaría después del triunfo revolucionario.
Entre sus postulados señalaba que se trataba de una guerra civilizada, y no iba dirigida contra los españoles honestos y neutrales; tampoco era lucha de razas, sino por el derecho y la justicia social en oposición a la dictadura colonial que oprimía a la Patria.
Este documento constituye muestra de la unidad y solidez de la Revolución Cubana, expone la comunidad de criterios y los estrechos lazos de las dos generaciones participantes en la guerra del ‘95, y evidencia la profunda amistad y sentimiento patrio que hermanaban a Gómez y a Martí.